viernes, 12 de diciembre de 2014

De cómo vivir la vida bajo los tres palos.

Un arquero siempre se esta preguntando cómo es la vida, o al menos este arquero. Y la conclusión es que la vida es como un torneo de fútbol, donde cada partido es un día de la semana. Para ser más específico les pasaré a explicar claramente el concepto:

El partido dura 90 minutos, cada etapa del mismo confluye en situaciones diversas, pasa lo mismo con la semana. Vamos a hacer un ejercicio: dividamos la semana en cinco partes iguales de tiempo, el fin de semana no lo tomaremos en cuenta ya que sería el término del partido, el final, el descanso hasta el próximo encuentro. Bien, cada día serán 18 minutos de un partido y para retratarlo relatare con hechos imaginarios esta semana y ustedes podrán reemplazar los hechos con los que les hayan ocurrido a ustedes en su semana, en su partido. ¿ Se entendió? Empecemos entonces:

Lunes (Feriado), primeros 18 minutos: Vas al arco, la hinchada todavía esta expectante. Se escucha pero hay suspenso de grito, como siempre en todo inicio. Los primero 18 transcurren tranquilamente. Tuviste un par de centros difíciles que entre los defensores y vos pudieron controlar. Así que estos minutos pasan, como pasa el sol todos los putos días. A veces es un sol que te enceguece y te hace perder la pelota, pero esta vez no. Fue un sol tranquilo, que iluminó, hizo lo que debía hacer. Fue feriado, qué más se puede pedir.

Martes, Segundos 18 minutos: La cosa se complica. El martes ya tu novia se transforma en ex. La pelota viene movida. En el laburo tenes mas jefes que manos para atajar los tiros. El partido comienza a tener ritmo. Son 18 minutos intensos, que te hacen ver que el partido no viene fácil. Frente a vos hay un seleccionado de hijos de puta que quieren hacerte un gol pero vos te movés de un lado para el otro. Sentís un tirón en la ingle, te duele la cabeza y el hombro comienza a molestarte. Igual no le das bola, falta mucho todavía, sabes que podes aguantar. Aunque estes laburando diez horas de las cuales te pagan por cinco, te mueven por mil y el descanso esta tan lejos, como el puto viernes.

Miércoles, terceros 18 minutos: Se te vienen todos al ataque. Apenas logras reponerte de un tiro al ángulo que pega en el palo llega otro. Te estiras tanto como podes, y tapas esa amenaza de gol con una coima a Edesur, lográs que no te despidan del equipo y volves a nacer. Eso tiene el fútbol, siempre lo dicen: da revancha. Como la vida. Seguís tapando bochas, la hinchada se desespera, la escuchas a lo lejos pero sentís el grito de aliento. Miras para el banco y el técnico no esta, nunca estuvo. El partido va directamente al fracaso rotundo llevándose a tu imagen al tacho, por más goles que tapes.

Jueves, cuartos 18 minutos: el partido se traba en el medio. El desenlace esta cerca. Hay tantos nueves de área como informes para preparar. El tiempo comienza a sentirse. Falta poco para que el partido termine y no logran hacer un gol. Un bendito gol que te salve del desánimo provocado por el  fracaso. Una pelota llega desde lo alto, en forma de rutina avasallante, una rutina pesada y amorfa que quiere decirte que no vale la pena vivir, ni soñar, ni nada. Que debes levantarte, laburar, asentir con la cabeza, pagar impuestos y seguir. Viviendo para morir. Pobres los que sueñan, pobres los arqueros que vuelan más alto que el travesaño. La pelota cae atrás tuyo, no llegas y es gol. 1-0 gana la semana, pero para tu sorpresa te sentís más armado que antes porque en ese instante te das cuenta de estas en el lugar que te gusta: debajo de los tres palos…sufris por ellos, amas por ellos, soñas y sentís. Desearías tener un micrófono y una radio para decirlo. Un arquero se hace más grande con cada gol que le hacen. Como la vida.

Viernes, últimos 18: El final se acerca. Venís con un gol abajo pero armado. Todavía falta. A veces no va en la cantidad de minutos que tenes para jugar sino en la intensidad con que lo juegues. Dieciocho minutos pueden ser nada o pueden serlo todo. Sobre los primeros 5 te tiran doscientos bombazos en todas las direcciones, algunos pasan por arriba, otros los atajas. Seguís. Levantas los brazos y arengas a la hinchada. El partido ya termina. Un gol, solo te pido un gol. Llegan los 9 y empezás a sentirte grande. No sabés porqué pero te decís que sentirse grande a veces no esta tan mal, es más: es necesario. Ya los jefes son nada, te das cuenta de que los tres palos van con vos afuera de la cancha. De que hay que ser arquero en todos los aspectos de la vida. Los jefes solo son jefes adentro de ciertas canchas. Sacas de arriba luego de descolgar un centro. La pelota vuela y cae en el siete quien la toma y con un movimiento rápido se va por la banda a toda velocidad. Lo cortan justo en el córner. Tiro de esquina. Pedís ir al centro, imaginas que te dan el ok. Centro y te elevas con esa fuerza que solo vos sabes que tenes en momentos determinados. Recuerden: no va en los minutos, va en la intensidad de los mismos. La pelota cae sobre tu cabeza, vos solo la impulsas. Y si, es gol. Un gol  tan grande como tus ganas de vivir jugando. Ya no queda nada del partido. 1-1 y esta bien. Todavía falta la mitad de los últimos dieciocho, la cual no puedo imaginar porque esto es en tiempo real. Así que de acá a que termine quien sabe, puede que lo ganes, puede que te sientes a leer esto y esa acción sea el gol que necesitas. No se, son reflexiones de un arquero enjaulado en un partido que veces no quiere jugar pero que sabe cómo jugarlos, sabe que volando lo justo y necesario y parándose a donde se debe toda pelota tiene posibilidades de ser detenida, desviada o apresada. Como la vida…si sabes como pararte vas a saber vivirla. Yo todavía me paro mal, pero para eso estan los partidos: para aprender a pararse.


Saludos desde los tres palos. Que tengan un feliz Viernes lleno de goles y magia.

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