Un arquero siempre se esta
preguntando cómo es la vida, o al menos este arquero. Y la conclusión es que la
vida es como un torneo de fútbol, donde cada partido es un día de la semana.
Para ser más específico les pasaré a explicar claramente el concepto:
El partido dura 90 minutos, cada
etapa del mismo confluye en situaciones diversas, pasa lo mismo con la semana.
Vamos a hacer un ejercicio: dividamos la semana en cinco partes iguales de
tiempo, el fin de semana no lo tomaremos en cuenta ya que sería el término del
partido, el final, el descanso hasta el próximo encuentro. Bien, cada día serán
18 minutos de un partido y para retratarlo relatare con hechos imaginarios esta
semana y ustedes podrán reemplazar los hechos con los que les hayan ocurrido a
ustedes en su semana, en su partido. ¿ Se entendió? Empecemos entonces:
Lunes (Feriado), primeros 18
minutos: Vas al arco, la hinchada todavía esta expectante. Se escucha pero hay
suspenso de grito, como siempre en todo inicio. Los primero 18 transcurren
tranquilamente. Tuviste un par de centros difíciles que entre los defensores y
vos pudieron controlar. Así que estos minutos pasan, como pasa el sol todos los
putos días. A veces es un sol que te enceguece y te hace perder la pelota, pero
esta vez no. Fue un sol tranquilo, que iluminó, hizo lo que debía hacer. Fue feriado,
qué más se puede pedir.
Martes, Segundos 18 minutos: La
cosa se complica. El martes ya tu novia se transforma en ex. La pelota viene movida. En el laburo tenes
mas jefes que manos para atajar los tiros. El partido comienza a tener
ritmo. Son 18 minutos intensos, que te hacen ver que el partido no viene fácil.
Frente a vos hay un seleccionado de hijos de puta que quieren hacerte un gol
pero vos te movés de un lado para el otro. Sentís un tirón en la ingle, te
duele la cabeza y el hombro comienza a molestarte. Igual no le das bola,
falta mucho todavía, sabes que podes aguantar. Aunque estes laburando diez
horas de las cuales te pagan por cinco, te mueven por mil y el descanso esta
tan lejos, como el puto viernes.
Miércoles, terceros 18 minutos:
Se te vienen todos al ataque. Apenas logras reponerte de un tiro al ángulo que
pega en el palo llega otro. Te estiras tanto como podes, y tapas esa amenaza de
gol con una coima a Edesur, lográs que no te despidan del equipo y volves a
nacer. Eso tiene el fútbol, siempre lo dicen: da revancha. Como la vida. Seguís
tapando bochas, la hinchada se desespera, la escuchas a lo lejos pero sentís el
grito de aliento. Miras para el banco y el técnico no esta, nunca estuvo. El
partido va directamente al fracaso rotundo llevándose a tu imagen al tacho, por
más goles que tapes.
Jueves, cuartos 18 minutos: el
partido se traba en el medio. El desenlace esta cerca. Hay tantos nueves de área
como informes para preparar. El tiempo comienza a sentirse. Falta poco para que
el partido termine y no logran hacer un gol. Un bendito gol que te salve del
desánimo provocado por el fracaso. Una
pelota llega desde lo alto, en forma de rutina avasallante, una rutina pesada y
amorfa que quiere decirte que no vale la pena vivir, ni soñar, ni nada. Que debes
levantarte, laburar, asentir con la cabeza, pagar impuestos y seguir. Viviendo para
morir. Pobres los que sueñan, pobres los arqueros que vuelan más alto que el
travesaño. La pelota cae atrás tuyo, no llegas y es gol. 1-0 gana la semana,
pero para tu sorpresa te sentís más armado que antes porque en ese instante te
das cuenta de estas en el lugar que te gusta: debajo de los tres palos…sufris
por ellos, amas por ellos, soñas y sentís. Desearías tener un micrófono y una
radio para decirlo. Un arquero se hace más grande con cada gol que le hacen.
Como la vida.
Viernes, últimos 18: El final se
acerca. Venís con un gol abajo pero armado. Todavía falta. A veces no va en la
cantidad de minutos que tenes para jugar sino en la intensidad con que lo
juegues. Dieciocho minutos pueden ser nada o pueden serlo todo. Sobre los
primeros 5 te tiran doscientos bombazos en todas las direcciones, algunos pasan
por arriba, otros los atajas. Seguís. Levantas los brazos y arengas a la hinchada.
El partido ya termina. Un gol, solo te pido un gol. Llegan los 9 y empezás a
sentirte grande. No sabés porqué pero te decís que sentirse grande a veces no
esta tan mal, es más: es necesario. Ya los jefes son nada, te das cuenta de que
los tres palos van con vos afuera de la cancha. De que hay que ser arquero en todos los
aspectos de la vida. Los jefes solo son jefes adentro de ciertas canchas. Sacas
de arriba luego de descolgar un centro. La pelota vuela y cae en el siete quien
la toma y con un movimiento rápido se va por la banda a toda velocidad. Lo
cortan justo en el córner. Tiro de esquina. Pedís ir al centro, imaginas que te
dan el ok. Centro y te elevas con esa fuerza que solo vos sabes que tenes en
momentos determinados. Recuerden: no va en los minutos, va en la intensidad de
los mismos. La pelota cae sobre tu cabeza, vos solo la impulsas. Y si, es gol.
Un gol tan grande como tus ganas de
vivir jugando. Ya no queda nada del partido. 1-1 y esta bien. Todavía falta la
mitad de los últimos dieciocho, la cual no puedo imaginar porque esto es en
tiempo real. Así que de acá a que termine quien sabe, puede que lo ganes, puede
que te sientes a leer esto y esa acción sea el gol que necesitas. No se, son
reflexiones de un arquero enjaulado en un partido que veces no quiere jugar
pero que sabe cómo jugarlos, sabe que volando lo justo y necesario y parándose a
donde se debe toda pelota tiene posibilidades de ser detenida, desviada o
apresada. Como la vida…si sabes como pararte vas a saber vivirla. Yo todavía me
paro mal, pero para eso estan los partidos: para aprender a pararse.
Saludos desde los tres palos. Que
tengan un feliz Viernes lleno de goles y magia.
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