domingo, 1 de julio de 2018

La última trinchera



Generalmente, no siempre: aquellas personas que te dicen que la guita no importa o la ropa tampoco son personas que tienen las dos cosas o pueden prescindir de ellas porque pueden volver a conseguirlas. Son contados los casos contrarios.

Con la selección pasa algo parecido. Podemos pedir la renuncia del mejor de todos porque lo tenemos, porque podemos prescindir de el por el solo hecho de tenerlo. Uno puede hacer dieta porque tiene para comer.  

Con los jugadores de esta selección, con esta generación pasa igual: los pueden criticar todo el tiempo por tres finales jugadas (no digo perdidas porque hay que jugarlas como primera medida) porque los tenemos. Porque no están en otra selección.

Esta generación a la que sigo desde que tienen y tengo dieciocho años, me enseñó que jugar una final es un privilegio de unos pocos. Y un mundial: es un privilegio de los menos. Desde el año noventa y tres yo me había acostumbrado a pensar en la selección como un puesto menor. “En la selección siempre se pierde” pensaba. Me había acostumbrado a pensar en llegar hasta dónde se pueda. Pero a partir de “Messi y sus amigos” empecé a pensar en que no podía existir otra cosa más que las finales. Y eso, esa sensación de triunfo siempre que salía la selección a la cancha no vino de la nada, fue traída por estos jugadores. Y vos el de la panza hinchada de birra, el que se sienta en un sillón a mirar los partidos desde la perspectiva que te da una imagen tomada desde arriba, vos que no entendes lo que es tener una marca cuerpo a cuerpo, o dos, o tres: vos podes decir sin que te tiemble la voz que son unos fracasados. Sé que sos de los menos, pero muchas veces las malas cosas que salen de los menos se destacan porque vende, como la guerra que vende más que la paz.

Así sucede: te acostumbras a tener. Y cuando eso pasa lo que tenes pierde valor a tus ojos y buscas algo más. Nos acostumbramos a tener a estos jugadores en la selección. Llegamos a provocar la renuncia del mejor del mundo. Y perder tres finales a los ojos de los fracasados los hizo fracasados a ellos. ¿A ellos? Justo a ellos que llegaron a tres finales después de veinticinco años sin nada. De ver como los brasileros nos goleaban. De quedar en cuartos o primera ronda. Te acostumbraste. Justo a ellos que te dieron la primera medalla olímpica dorada.

Y ahora, donde estamos en tiempos en que tu vida tal vez  se desmorona en algún que otro aspecto, donde tu salario ya no vale lo que antes valía, donde encendes el televisor y lo único que hay son malas noticias: despidos, ajustes, aumentos, represión, riesgo país, tarifazos, cortes, paros. Ahora donde la oscuridad está a nuestro alrededor, dónde poco a poco las luces se fueron apagando una a una: salistes a pegarles como si eso fuera a aplacarte la rabia que sentís por otras cosas. Saliste vos y todos aquellos que se dicen ser periodistas a decir cualquier burrada con tal de vender y venderse. Luego cómo siempre, esta generación jugó para bancar los trapos, salió a hacerse cargo de tu infelicidad y ganó un partido memorable en lo sentimental. Gritamos esos goles como un desahogo a nuestras penas. Esos goles, primero el de Messi y luego el de Rojo constituyeron el último reducto de felicidad que nos quedaba.

Estos jugadores hicieron que por primera vez en muchos años le dieras bola al himno, si se canta o no se canta. Cantar el himno no te hace más patriota. Así que fijate cuando vas a votar de mantener tu patriotismo y no votar por aquel candidato que es un ferviente seguidor de un imperio colonialista, cuyas sus políticas son el reflejo de medidas que empobrecen a tu pueblo. Esta generación hizo que saques la bandera con orgullo, que compres camisetas, que muestres tu “argentinidad”. Pero claro, en ese concepto que tenes o tenemos sobre la argentinidad creemos que ganar una final sea un todo que soluciona cada cosa que esté mal en el país.

Somos nosotros fracasados desde el momento en que consideramos que la derrota no es opción. Somos fracasados desde el momento en que consideramos que el éxito solo es ganar un trofeo. Nos merecemos no llegar nunca más a finales de acá a cientos de años, para que el día que lo logremos entendamos de que no es fácil llegar. No es fácil jugar y ganar un partido. Del otro lado hay otros que quieren lo mismo.

Que Messi te haga creer que es fácil que una sola persona gane un partido y clasificarte a un mundial, es su culpa, sí. Que Agüero, Higuain, Mascherano, te hicieran creer que era fácil marcar y hacer goles, también es su responsabilidad. Pero no, no es fácil. Es difícil salir de una derrota deportiva peros se sale. De lo que no se sale es de criticar y menospreciar a los talentos que da nuestro país. Porque así como pasa en el fútbol pasa en otros ámbitos: y un país que baja salarios a científicos, expulsa a periodistas  o menosprecia al los trabajadores asalariados,  está condenando al verdadero fracaso más allá de cuantos mundiales gane.

Por eso a esta generación, de la que soy contemporáneo yo le agradezco porque hace un par de días y hasta ayer hicieron lo imposible por sacarnos de la amargura social. Se hicieron cargo de nuestros fracasos como sociedad, de los fracasos del gobierno, de tus pequeñas luchas perdidas: y salieron a meter un gol que te haga sonreír y desahogar. Por eso: les agradezco. Ellos construyeron durante doce años el último reducto de felicidad para los argentinos. Ahora nos toca a nosotros hacernos cargo de mantenerlo. Con nuestras elecciones, con nuestros valores. Cada vez que enfoques tu crítica a cualquier de ellos preguntate: ¿qué hiciste hoy para ganar tu final? ¿Diste todo? ¿Le exigís a los que tienen las riendas de este país de la misma forma que lo haces con un tipo que se dedica a hacer de manera talentosa un deporte? Preguntate si es posible que vos solo saques adelante a un país. ¿Es posible que una sola persona se convierta en salvadora de los males del conjunto? No, no es posible. Una sociedad crece en sus logros cuando trabaja en solidaridad con un otrx. Cuando crea lazos que identifican mutuamente. De eso se trata. Para que Messi haga un gol se necesita de un pase como el de Banega, que siendo su mejor amigo este fue su único mundial jugado. ¿Quién no necesita de amigos para vivir? Dejemos atrás la mística del solitario porque para ganar la final del ochenta y seis debieron meter los tres goles otros jugadores que no eran Maradona. Al fútbol se juega de a once. Pasó con Armani: debutó teniendo en sus espaldas el mote de salvador. Y no. En la cancha todos son salvadores de todos. Uno marca para que el otro avance. Uno crea espacios para que el otro tenga oportunidad de avanzar. El juego funciona así, y sino : mirá tenis.

Aplaudamos. Ellos no tienen ninguna obligación de hacerse cargo de tus fracasos y tristezas. Juegan al fútbol y el día en que valoremos el juego por sobre las personas, el pase por sobre el jugador, la jugada por sobre la foto: ese día vamos  disfrutar mejor las victorias y soportar con más espaldas las derrotas. Ahora es cuestión de reconstruir lo destruido en nuestro fútbol, entre esas cosas: la juventud que hoy es necesaria para pensar en un futuro mejor. 

La felicidad no existe todo el tiempo. Son segundos, es un momento que te explota el corazón: la felicidad es un gol contra Nigeria para acceder a octavos. Es una bajada de pelota ante un pase exquisito de un amigo para luego clavarla al segundo palo. Y esos segundos quedan pegados en la memoria, quedan anidados ahí para cuando los necesitemos.

Estos jugadores ayer dejaron todo para terminar de construir nuestra última trinchera en la cual podamos refugiarnos los días que se hagan difíciles. Y serán recordados por ello. Que es mucho más importante que una copa del mundo.