jueves, 13 de agosto de 2015

Me Liberaste

El gol del Gallego, el rastrojero, la plaza, mi viejo con una camiseta antigua, de esas de piqué en la cabeza, sonriente, agitando la mano por fuera de la ventanilla. San Lorenzo. 1995. Yo tenía nueve años y no entendía mucho, lo único que pude descifrar fue el sentimiento de alegría y lo que más disfruté fue estar solo con mi viejo en la caravana, compartiendo eso: la sonrisa. Histórico, mi viejo y yo en un rastrojero verde loro pintado por el, con una camiseta antigua compartida entre los dos festejando un torneo sufrido que nos dio un hijo sin padre con un gol en la cabeza, gallego bruto y valiente.

Pasaron los años y había días en los que apretaba los dientes y me decía “Dios, dame la copa, la copa tiene que ser nuestra”. Ganamos aquella vez a River, con dos menos y un Ramón en el banco propio. Casi pero no alcanzó, el sueño se hacía pesadilla en manos de otro técnico argentino que se llevaría nuestra alegría para devolvérnosla más tarde. Destino de gigantes.
No tengo mucho para decir porque los sentimientos a veces no se pueden escribir, solo se sienten, eso: se sienten. Pasaron diecinueve años, aquel técnico llegó a casa, armó la estrategia, convenció a los soldados. Humildes soldados espartanos cargados de ganas de ganar. Tal vez sea porque desde el fondo salen los mejores héroes. Quisiera escribir y relatar cada fecha y cada paso pero no puedo, me tiemblan las manos. Un año pasó, crecimos más. Allí estábamos, la copa, ellos y nosotros. Transpiramos sangre, sufrimos ¿Cómo no íbamos a sufrir? Somos así, sufrimos y apretamos los dientes conteniendo el aliento, trabajando a la rabia, transformando las frustraciones en voluntad ganadora. Y el gol y el último partido. Y ya no hay nada más, solo el pitido final. Y la puta que lo parió somos campeones de la Libertadores. Es nuestra, la tocamos, la besamos. Es esa pero debemos verla en perspectiva para sentirla más cerca. Debemos verla a lo lejos para poder tocarla de verdad porque así funciona la historia.

Mi viejo, la remera y el rastrojero. Todo volvió de repente, todo se camufló bajo los mismos sentimientos. Una línea recta entre un hecho y otro unieron todo lo logrado y todo lo sufrido en este tiempo, todo se enlazó en esa sonrisa: la de mi viejo. Porque para eso esta el fútbol, para sonreír y compartirse de generación en generación y gracias a estos flacos, gracias a estos tipos yo voy a poder compartir una Libertadores y nadie me la quita, nadie me la va a quitar porque es de mi viejo y mía. Y es de todos los viejos e hijos que comparten este sentimiento.
Y ya no me queda nada para decir. Un año después recién puedo escribir y descifrar algo de lo que siento. Y quiero a mi viejo porque compartió conmigo estos colores, me los dio en una remera antigua, de esas de piqué sin marcas, solo con el sponsor de su sonrisa orgullosa como la de un hombre que comparte un tremendo logro y no me importó más nada porque ya con eso me alcanzaba. Pero ganamos la Libertadores entonces ya me sobra, me sobra toda esta alegría que se va a mantener siempre para ser compartida una y otra vez.

Un año…todos los años, como la vida, como la sangre. Sí, de esos colores estamos hechos, del rojo y del azul, así son nuestras venas.
                                               
                                          Me liberaste el grito de rabia San Lorenzo, me liberaste el grito de campeón de América. 


Gracias Viejo, gracias Cuervo. 


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