1
Rufina descansa recostada en un sillón. La brisa del verano despeina los pelos de su lomo. Ayer sufrió la segunda punción en el pulmón. Se le llenaron más rápido que la última vez. Ahora se lame el pecho de blanco radiante. Pasa su lengua por cada centímetro de su cuerpo con dedicación, cada pelo debe transformarse en un hilo de seda. El balcón es su lugar favorito, desde allí domina el mundo con una sola mirada. Una vez que termina de bañarse, apoya su cabeza sobre sus patas delanteras, cierra los párpados y se duerme.
Una pelusa se desprende y vuela al cielo.
2
Un ficus rosado. Tiene un metro y medio de alto. Las chicas del vivero lo ayudan a poner el sobrecito con las cenizas. Elige una maceta color rosa viejo.
Ella era distinguida, dice.
Yo tengo a la mía en un jazmín de verano. Le comenta una de las chicas mientras acomoda la tierra con oficio. La blancura de sus manos resalta entre lo oscuro del sustrato. Un dialogo silencioso entre ella y la planta se refleja en la armonía de sus movimientos.
No quiero que te vayas. Le dijo esa mañana y la alzó sobre su pecho. Ella emitió un leve quejido y empezó a ronronear. No lo había dicho hasta ese momento, lo había pensado, sí, pero nunca lo había puesto en palabras sonantes y ruidosas. Sintió el alivio que se siente al hablar sobre algo difícil.
En la oficina la asamblea de trabajadores lo distrae, como también la reunión con la directora y el llanto de una compañera. Los ruidos disonantes de la avenida se mezclan con los gritos desesperados de cientos. El calor es agobiante, el asfalto es lava de un volcán que aún no ha dado su máxima explosión.
Ahora, con movimientos mecánicos, acomoda la maceta al lado de la ventana. Por la noche lo definitivo de la muerte lo sorprende. La ausencia voraz lo deglute. No existen velorios ni ceremonias, no hay instituciones preparadas para el tratamiento de los restos animales que quisimos. Hay que inventarse las formas. Cultivar nuevos duelos.
3
Llega en una transportadora de mascotas. Los ojos verdes enormes y asustados. Cautelosa, primero asoma el cuello como un dragón chiquito, después el resto del cuerpo. Tiene los pelos grises y blancos sucios y la panza hinchada.
Es que tuvo hijitos. Le explica la chica que la trajo. Tiene el pelo largo, rubio y despeinado. También unas ojeras forman un antifaz alrededor de los ojos. Sus zapatillas están llenas de barro.
¿Y dónde están? Pregunta Sentencio.
El frío, no soportaron. Se llama Rufina.
Ella aprovecha un segundo de distracción y se mueve fugaz abajo del sillón.
Es normal. Al principio siempre tienen miedo, son desconfiados.
Sentencio le ofrece algo de tomar, pero la chica no acepta, esta apurada, se tiene que ir a un rescate de unos cachorros en una colonia en la villa 1-11-14. Le da un abrazo y le dice gracias. Es pragmática en su hacer, como una médica en urgencias.
Cuando quedan solos, Sentencio se recuesta en el piso. Cincuenta miligramos por día de sertralina es la receta que le permite mantener una línea de tiempo ordenada, un pensamiento enfocado, un motivo para levantarse todos los días. Afuera los hospitales tienen grietas, las paredes de las escuelas empiezan a descascararse, los quejidos de algo a punto de derrumbarse retumban por las noches. En poco tiempo los techos serán milagros disfrazando condenas. El país se siente extranjero, le quedan pocas banderas de donde sostenerse, si decidió ser delegado fue porque consideró que era la única salida, pero está agotado, la calle ya no genera las respuestas que en una época generaba. Quiere creer que tiene esperanzas, que todavía le queda fe. Y encima ahora, son dos bajo el mismo techo. Se duerme como un desmayo.
Cuando despierta una carita mofletuda lo enfrenta, los bigotes se agitan brevemente, algo dice. El pecho, unas horas antes contraído en un puño adormecido, ahora se abre dejando un hueco blando. Rufina se acomoda adentro y vibra una canción. Sentencio siente algodones.
4
Necesita un segundo nombre, uno que sea de esta casa, de este tiempo.
Una noche, como todas las noches, ella salta sobre la cama con su arañita de peluche en la boca. Maúlla gritando victoria y deja su ofrenda sobre sus piernas. Afuera llueve como el día en que la encontraron, hace frío y la ciudad no parece mejor que antes. Las calles empiezan a oler a desamparo. En el horizonte de edificios una niebla oscura avanza. Una guerra tal vez. En su habitación los ojos de Rufina resplandecen como dos estrellas.
"La de ojos brillantes", le decían a la Diosa de la sabiduría, la estrategia y la justicia.
Rufina Atenea será.
5
La arañita de peluche color celeste y amarilla es un tatuaje. Se lo hace en el antebrazo, del lado de adentro. Formas de hacer presente una ausencia. La creación como lenguaje para habitar lo invisible. El resultado de la alquimia entre ronroneos y palabras. Un nuevo lenguaje para un mundo viejo. Sentencio observa su humanidad desde la animalidad de Rufina y lo que ve lo convierte en alguien diferente, mejor tal vez. Su ausencia reciente no es más que otra forma de habitar los espacios.
El tatuaje no es un dibujo en la piel. Es un diálogo en otro idioma. Un gesto que permite dejar abierta la posibilidad de que Rufina vuelva.
6
Los cimientos de la ciudad crujen bajo sus pies. Algo va a romperse en cualquier momento. Las paredes con grietas y remiendos son tantas como las personas en el suelo. Pero Sentencio ahora tiene un objetivo. En el subte camino al trabajo saca de su bolsillo un bigote y lo deja sobre la espalda de un hombre, después deposita una pelusa en los rulos rubios de una señora, más adelante mete otro bigote en el bolsillo del guardapolvo de un nene. El humano subestima el poder de lo diminuto, no se da cuenta de que el mundo se construye por el ensamble de lo ínfimo. ¿Dará resultado? no sabe, la muerte es detallista y en los detalles vive Dios, aunque para él es una Diosa.